Siempre me pareció un tipo especial, claro está que he venerado sus canciones, sus películas y he contemplado a lo largo de los años la devoción de mi madre.
Ha sido el héroe de las mujeres soñadoras, aspirantes a partenaire, protagonistas en sus mentes fantasiosas, estrellas de los filmes exóticos y atrevidos en los que él era el rey. Romántico, provocativamente guapo, ¡DIVINO! Un cañón de hombre como decía la Sra. Petra.
También se filtró en mi cabeza, en mi modo de reparar en los hombres. Desde entonces me chiflan los morenos de cabello liso, de meneo exuberante y por supuesto, de voz sensual. Pero la vida es como es, siempre acabé con rubios de ojos azules, tiernos y con aire de niño.
Entre sus melodías, una que le va bien a tristeza y a la alegría, me atrevo a decir: mi “canción de cabecera”. Que al tararear eres presa de las delicadas notas. Al cerrar los ojos, por un instante volar a donde la sinrazón te lleve, hasta donde la lujuria alcanza a contemplar el otro lado del sentimiento. Que el amor lo pretende todo. Amar sin medida, sin miedo, sin tiempo para respirar, amor dulce, amor salvaje… amor soñado.
Con él, imaginamos que los hombres son magníficos. Y lo son, si logras encontrar el que hecho a tu medida, tu mitad, tu otro tú, te haga sentir la reina de su paraíso.
Muchas fueron las películas que alimentaron nuestros sedientos ánimos pasionales. Y siempre fieles a su música, sus letras y su voz penetrante.
Albert lo conoció siendo niño, entonces solo sabía que las chicas y las menos chicas corrían para verle. Él cumplía con la patria, destinado en las cercanías por unas maniobras. Los soldados bajaban al pueblo por suministros y algo de diversión.
De verde militar, como sacado del celuloide. Allí sentado en el bar de carretera, con una cerveza en la mano, coqueteaba con las féminas de Schlüchtern. Ellas a esperas de su sonrisa atrevida; él, mordisqueándose el labio inferior, siempre incitante. Otros imitadores, aprovechaban el filón, ser americano vendía mucho. Las damas germanas se vieron desbordadas de tantos galanes aprendices de Elvis. A sus 10 años Albert junto a otros iguales, motivados por la chocolatina que les cambiaban por manzanas, se acercaban para el trueque, sin más afán, sin entender el revuelo. No era el mito sino el placer del cacao lo que les atrajo, hoy en cambio explica con entusiasmo lo cerca que entonces estuvo de él.
Y la ciencia lo revoluciono todo… y los sueños se hicieron realidad.